viernes, 20 de enero de 2017

La ciudad de las estrellas (La La Land)

Título original: La La Land
Año: 2016
Duración: 127 min.
País: Estados Unidos
Director: Damien Chazelle
Género: Musical. Romance. Drama. Comedia.
Productora: Summit Entertainment /Gilbert Films / Impostor Pictures / Marc Platt Productions




No me gustan los musicales. Asisto al cine con un ápice de desconfianza por saber que lo que voy a ver tiene algo de musical, pero también con enorme curiosidad por todo lo bueno que he escuchado y leído sobre ello.

Empieza la película con un número musical en mitad de un atasco que hace que recuerde de nuevo por qué no me gustan los musicales. Sin embargo, le doy una oportunidad a este filme, y minutos más tarde, empiezo a sentirme bien. No sólo eso, sino que empiezo a sentir muchas otras cosas. Todas buenas.

Porque La La Land es música, sí, pero sobre todo es amor. Amor por esa música, por los sueños, por las noches en las que uno decide intentarlo una vez más, amor por la gente que cree en algo y lo defiende y lo cuida con su vida. Amor por el cine.

La película logra, en algunos momentos, ciertos instantes de intimidad que te hacen estar dentro de la pantalla a ti también, emocionándote como un niño o viendo el modo en el que se te eriza la piel. Ocurre, por ejemplo, cuando ella acaricia su mano por primera vez en un cine en el que, para ellos, estaban sólo los dos. Vuelvan a ver esa escena, vuelvan a pensar en esos diez segundos y díganme que no han sentido nada. Vuelvan a verla y díganme que el corazón no ha querido salírseles del pecho. Para mí esa escena, ese momento, es puro cine. Una emoción tan hermosa por la que te quedarías a vivir en esa butaca.

Hay, además, en los ojos de Emma Stone, todo un diccionario de emociones que se acaban colando bajo cada uno de los poros de tu piel hasta hacerte sentir que eres tú, y no ella, quien está sobre ese escenario muriéndose de ganas de llorar porque, al final, él no vino. Ella le esperó, miró al fondo de esas butacas que eran todo su mundo; le esperó, pero él no vino.

Por eso películas como esta me reconcilian con el cine y hacen que me vuelva a enamorar.

Porque a veces no te gusta alguna cosa (a mí no me gustan los musicales, y a Mia no le gusta el jazz), hasta que aparece alguien que la ama, te enseña el modo en que la ama, la pasión encendida con la que defiende esa pequeña cosa, y entonces, no sólo deja de no gustarte, sino que la acabas amando tú también. Y ahí radica el gran mérito de Damien Chazelle, en hacer que nos enamoremos de algo por lo que habríamos apostado no enamorarnos jamás. En hacer que yo, alguien a quien poco o nada le gustaban los musicales, se enamore de La La Land.

Háganme caso.
Vayan a verla.
Sueñen.
Y siempre, siempre, siempre, sigan a su corazón.

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